Edgar Poe, más tarde Edgar Allan
Poe, nació en Boston el 19 de enero de 1809. Nació allí como podría haber nacido
en cualquier otra parte, al azar del itinerario de una oscura compañía teatral
donde actuaban sus padres, y que ofrecía un característico repertorio que
combinaba Hamlet y Macbeth con dramas lacrimosos y comedias de magia.
Extenderse en consideraciones
sobre el parentesco de Poe no conduce a nada sólido. Edgar era tan pequeño
cuando desaparecieron sus padres que la influencia del teatro no lo alcanzó. Sus
tendencias histriónicas de la madurez coinciden con las de otros tantos genios
cuyos padres fueron médicos o fabricantes de tejas. Parece preferible mencionar
herencias más profundas. Por su madre, Elizabeth Arnold Poe, el poeta descendía
de ingleses (sus abuelos fueron también actores, del Covent Garden de Londres),
mientras su padre, David Poe, era norteamericano, de ascendencia
irlandesa. Edgar habría de fabricar en su juventud mitológicas genealogías, de
las cuales la más notable (que muestra pronto su tendencia a lo truculento) lo
presenta como descendiente del general Benedict Arnold, famoso en los anales de
la traición.
Su sangre inglesa y norteamericana
(todavía la misma, aunque se repelieran políticamente) le llegaba doblemente
debilitada e impura por la mala salud de sus padres, tuberculosos ambos. David
Poe, actor insignificante, sale rápidamente del escenario: murió o quizá
abandonó a su mujer y a sus tres hijos, el último por nacer. Mrs. Poe debió
dejar al mayor en casa de unos parientes y trasladarse al Sur con Edgar, que
apenas tenía un año, para seguir actuando en el teatro y ganar algún dinero. En
Norfolk (Virginia) nació Rosalie Poe; y si su madre había reaparecido en las
tablas apenas tres semanas después de nacido Edgar en Boston, así se la vio en
escena muy poco antes de dar a luz a Rosalie. La miseria y la enfermedad la
doblegaron pronto en Richmond, donde la caridad de sus admiradores teatrales, en
su mayoría damas, alivió en parte sus sufrimientos. Edgar se encontró huérfano
antes de cumplir tres años; la noche en que su madre murió en una miserable
habitación, dos señoras caritativas se llevaron los niños a sus casas.
El carácter del poeta no puede ser
comprendido si se descuidan dos influencias capitales en su infancia: la
importancia psicológica y afectiva que tiene para un niño saber que carece de
padres y que vive de la caridad ajena (caridad sumamente peculiar, como se
verá), y la residencia en el Sur. Virginia, en aquella época, representaba el
espíritu sureño mucho más de lo que una ojeada casual al mapa de Estados Unidos
haría suponer. La llamada «línea Mason y Dixon», que marcaba el extremo
meridional de Pensilvania, valía también como límite del Norte y el Sur, de las
tendencias que pronto fermentarían en el abolicionismo y el régimen esclavista y
feudal sureño. Edgar creció como sureño, pese a su nacimiento en Boston, y jamás
dejó de serlo en espíritu. Muchas de sus críticas a la democracia, al progreso,
a la creencia en la perfectibilidad de los pueblos, nacen de ser un caballero
del Sur, de tener arraigados hábitos mentales y morales moldeados por la vida
virginiana. Otros elementos sureños habrían de influir en su imaginación: las
nodrizas negras, los criados esclavos, un folklore donde los aparecidos, los
relatos sobre cementerios y cadáveres que deambulan en las selvas bastaron para
organizarle un repertorio de lo sobrenatural sobre el cual hay un temprano
anecdotario. John Allan, su casi involuntario protector, era un comerciante
escocés emigrado a Richmond, donde tenía en sociedad una empresa dedicada al
comercio del tabaco y otras actividades curiosamente disímiles, pero propias de
un tiempo en que los Estados Unidos eran un inmenso campo de ensayo. Uno de los
renglones lo constituía la representación de revistas británicas, y en las
oficinas de Ellis & Allan el niño Edgar se inclinó desde temprano sobre los
magazines trimestrales escoceses e ingleses y trabó relación con un mundo
erudito y pedante, gótico y novelesco, crítico y difamatorio, donde los restos
del ingenio del siglo XVIII se mezclaban con el romanticismo en plena eclosión,
donde las sombras de Johnson, Addison y Pope cedían lentamente a la fulgurante
presencia de Byron, la poesía de Wordsworth y las novelas y cuentos de terror.
Mucho de la tan debatida cultura de Poe salió de aquellas tempranas lecturas.
Sus protectores no tenían hijos.
Frances Allan, primera influencia femenina benéfica en la vida de Poe, amó desde
el comienzo a Edgar, cuya figura, bellísima y vivaz, había sido el encanto de
las admiradoras de la desdichada Mrs. Poe. En cuanto a John Allan, deseoso de
complacer a su esposa, no opuso reparos a la adopción tácita del niño; pero de
ahí a adoptarlo legalmente había un trecho que no quiso franquear jamás. Los
primeros biógrafos de Poe hablaron de egoísmo y dureza de corazón; hoy sabemos
que Allan tenía hijos naturales y que costeaba secretamente su educación. Uno de
ellos fue condiscípulo de Edgar, y Mr. Allan pagaba trimestralmente una doble
cuenta de gastos escolares. Aceptó a Edgar porque era un espléndido muchacho, y
llegó a encariñarse bastante con él. Era un hombre seco y duro, a quien los
años, los reveses y finalmente una gran fortuna volvieron más y más tiránico.
Para desgracia suya y de Edgar, sus naturalezas divergían de la manera más
absoluta. Quince años más tarde habrían de chocar encarnizadamente, y ambos
cometerían faltas tan torpes como imperdonables.
A los cuatro o cinco años, Edgar
era un hermoso niño de rizos oscuros, de grandes y brillantes ojos. muy pronto
aprendió los poemas al gusto del día (Walter Scott, por ejemplo), y las damas
que visitaban a Frances Allan a la hora del té no se cansaban de oírle recitar,
grave y apasionadamente, las extensas composiciones que se sabía de memoria. Los
Allan cuidaban inteligentemente de su educación, pero el mundo que lo rodeaba en
Richmond le era tan útil como los libros. Su mammy, la nodriza negra de todo
niño de casa rica en el Sur, debió de iniciarlo en los ritmos de la gente de
color, lo que explicaría en parte su interés posterior casi obsesivo por la
escansión de los versos, y la magia rítmica de "El cuervo", de "Ulalume", de "Annabel
Lee". Y además estaba el mar, representado por sus embajadores naturales, los
capitanes de veleros, que acudían a las oficinas de Ellis & Allan para discutir
los negocios de la firma, y que bebían con los socios mientras narraban largas
aventuras. El pequeño Edgar debió de entrever, ansioso oyente, las primeras
imágenes de Arthur Gordon Pym, del remolino del Maelström, y todo ese aire
marino que circula en su literatura y que él supo recoger en velámenes que
todavía impulsan sus barcos fantasmas.
Un barco más tangible habría de
mostrarle pronto el prestigio de las singladuras, los atardeceres en alta mar,
la fosforescencia de las noches atlánticas. En 1815, John Allan y su mujer se
embarcaron con él rumbo a Inglaterra y Escocia. Allan quería cimentar de manera
más amplia sus negocios y visitar a su numerosa familia. Edgar vivió un tiempo
en Irvine (Escocia) y luego en Londres. De sus recuerdos escolares entre
1816 y 1820 habría de nacer más tarde el extraño y misterioso escenario inicial
de "William Wilson".
También el folklore escocés influiría en él. Como previendo el ansia de
universalidad que habría de tener algún día, las circunstancias lo enfrentaban
con paisajes, fuerzas, humores distintos. Agradecido, aunque ya con una sombra
de desdén, él no perdió nada. Un día habría de escribir: "El mundo entero es el
escenario que requiere el histrión de la literatura".
La familia volvió a Estados Unidos
en 1820. Edgar, en la plenitud de su infancia, desembarcaba robustecido y
avispado por su larga permanencia en un colegio inglés, donde los deportes y la
rudeza física eran más importantes que en Richmond. Por eso lo vemos muy pronto
capitanear a los camaradas de juego. Salta más alto y más lejos que ellos, y
sabe dar y recibir una paliza según sople el viento. No hay todavía en él signos
que lo distingan de otros chicos, salvo, quizá, que le gusta dibujar, que le
gusta juntar flores y estudiarlas. Pero lo hace un poco a escondidas y pronto
vuelve a los juegos. protege al pequeño Bob Sully, lo defiende de los muchachos
más grandes, lo ayuda en sus lecciones. A veces desaparece durante horas,
entregado a una tarea misteriosa: escribe secretamente sus primeros versos, los
copia con bella letra, los atesora. Todo esto entre dos rebanadas de pan con
mermelada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario