El soldado Edgar A. Perry -pues
con ese alias se había enganchado- se condujo irreprochablemente en las filas y
no tardó en ser ascendido a sargento mayor. El tedio insoportable de aquella
mediocre compañía humana, con la cual se veía obligado a alternar, y su
invariable resolución de consagrarse a la literatura, para la cual requería
tiempo, bibliotecas, contactos estimulantes, lo forzaron finalmente a reanudar
relaciones con John Allan. Poe se había alistado por cinco años y aún le
faltaban tres; pidió entonces a Allan que escribiera a sus jefes manifestando su
conformidad en caso de que lo relevaran de su puesto. Allan no le contestó, y
poco después Edgar fue transferido a Virginia. Muy cerca de su casa, ansioso por
ver a su madre, cada vez más enferma, comprendió que Allan no toleraría su baja
si continuaba hablando de una carrera literaria. Optó entonces por un compromiso
momentáneo, pensando que quizá Allan apoyara su ingreso en la academia militar
de West Point. Era una carrera, y una bella carrera. Allan aceptó. Pero en
aquellos días Poe iba a sufrir el segundo gran dolor de su vida. Mamá Frances
Allan murió mientras él estaba en el cuartel; un mensaje de Allan llegó
demasiado tarde para cumplir la voluntad de la moribunda, que había reclamado
hasta el fin la presencia de Edgar. Ni siquiera le fue dado a éste ver su
cadáver. Frente a su tumba (tan cerca de la de Helen, tan cerca ambas en su
corazón), no pudo resistir y cayó inanimado; los criados negros debieron
llevarlo en brazos hasta el carruaje.
El ingreso de Edgar en West Point
fue precedido por una visita a Baltimore en busca y reconocimiento de su
verdadera familia, que, frente a la mala voluntad de su guardián, asumía para él
una importancia creciente. Implacable en su secreta decisión, buscaba asimismo
publicar "Al Aaraaf",
largo poema en el cual depositaba infundadas esperanzas. Puede decirse que es
éste un momento crucial en la vida de Poe, aunque sus biógrafos no lo hagan
notar quizá porque no es dramático ni teatral como tantos otros. Pero en mayo de
1829, solo, con el escaso dinero que le ha dado Allan para vivir y tramitar el
no fácil ingreso en West Point, Edgar se lanza a establecer los primeros
contactos sólidos con editores y directores de revistas. Como era de suponer, no
pudo editar su poema por falta de fondos. En medio de las más angustiosas
apreturas, acabó yéndose a vivir a casa de su tía María Clemm, donde también
residían Mrs. David Poe, abuela paterna de Edgar, el hermano mayor de éste
(personaje borroso que moriría a los veinticuatro años y en quien la herencia
familiar se acusó más rápida y violentamente) y los hijos de Mrs. Clemm, Henry y
la pequeña Virginia, que habría de constituir el complejo y jamás resuelto
enigma de la vida del poeta.
De Mrs. Clemm es casi innecesario
adelantar que fue en todo sentido el ángel guardián de Edgar, su verdadera madre
(como habría de decirlo en un soneto), la Muddie de las horas negras y de los
años tortuosos. Edgar se incorporó al mísero hogar que María Clemm sostenía con
labores de aguja y la caridad de parientes y vecinos, sin aportar más que su
juventud y sus esperanzas. Muddie lo aceptó desde el primer momento como si
comprendiera que Edgar la necesitaba en más de un sentido, y se encariñó con él
a un punto que el resto de este relato mostrará cabalmente. Gracias a la
buhardilla que compartía con su hermano, tuberculoso en último grado, pudo Edgar
escribir en paz y establecer relaciones con editores y críticos. Bien
recomendado por John Neal, escritor muy conocido en esos días, "Al
Aaraaf" encontró por fin
editor, y apareció en unión de "Tamerlán"
y los restantes poemas del ya olvidado primer volumen.
Satisfecho en este terreno, Edgar
volvió a Richmond para esperar en casa de John Allan -que todavía era su casa-
la hora del ingreso en West Point. Resulta difícil imaginar la actitud de Allan
en estas circunstancias: se había negado a financiar la edición de los poemas,
pero los poemas aparecían a pesar suyo. Edgar hablaría, sin duda, de sus
esperanzas literarias y distribuiría ejemplares del libro a sus amigos
virginianos (que no entendieron palabra, incluso los de la universidad). Por
fin, alguna referencia de Allan a la holgazanería de Edgar provocó otra violenta
querella. Pero en marzo de 1830, Poe fue aceptado en la academia militar; a
fines de junio aprobaba sus exámenes y pronunciaba el juramento de ingreso.
Huelga decir con qué tristeza debió de entrar en West Point, donde le esperaban
actividades aún más penosas y desagradables para él que las simples tareas del
soldado raso. Pero la alternativa era la misma que tres años antes: o la carrera
o morirse de hambre. El prestigio pasajero de las galas militares había
terminado con la adolescencia. Edgar sabía de sobra que no estaba hecho para ser
soldado, ni siquiera en el orden físico, porque su excelente salud de los quince
años empezaba a resentirse tempranamente, y el entrenamiento severísimo de los
cadetes no tardó en resultarle penoso, casi insoportable. Pero su cuerpo
obedecía en gran medida al desgano, a la tristeza que lo invadía en un ambiente
donde pocos minutos diarios podían consagrarse a pensar (a pensar fuera de los
textos, es decir, a pensar poesía, ap ensar literatura) y a escribir. John Allan,
por su parte, iba a seguir la misma línea de conducta que en la etapa
universitaria; pronto descubrió Edgar que no recibiría dinero ni para sus gastos
más indispensables. Inútil quejarse por carta, mostrar que estaba haciendo el
ridículo ante sus camaradas, provistos de fondos. Edgar se refugió entonces en
el prestigio que le daba el ser un viejo al lado de sus bisoños compañeros, y en
su facilidad para mentir imaginarios viajes, aventuras novelescas que muchos
creyeron y que plagarían medio siglo después tantas biografías del poeta. Su
orgullo, su humor sardónico, lo ayudaron no poco; pero estos rasgos tienen sus
desventajas, y él lo supo pronto. Ahogado por la atmósfera vulgar, ramplona,
carente hasta la náusea de imaginación y capacidad creadora, se defendió
cerrándose, meditando ya los elementos de su futura poética (con gran ayuda de
Coleridge). Entretanto, le llegaron desde casa noticias del segundo matrimonio
de John Allan y comprendió, ya sin sombra de engaño, que toda esperanza de una
futura protección debía ser abandonada. No se equivocaba: Allan habría de tener
los hijos legítimos que deseaba, y la nueva Mrs. Allan se mostró desde el primer
día hostil hacia el desconocido hijo de actores que estudiaba en West Point.
Edgar había calculado cumplir el
curso en seis meses, confiando en su preparación universitaria y militar
precedentes. Pero, una vez en la academia, descubrió que eso era imposible por
razones administrativas. No debió de vacilar mucho. Escéptico por lo que
concernía a Allan, poco podía importarle que éste se disgustara o no de su
decisión, y decidió hacerse expulsar, única forma posible de salir de West Point
sin violar el juramento pronunciado. Fue muy simple: como era alumno brillante,
eligió la parte disciplinaria para ponerse en falta. Sucesivas y deliberadas
desobediencias, tales como no concurrir a clase o a los servicios religiosos, le
valieron una expulsión en regla. Pero antes, y dando una de sus raras muestras
de auténtico humor, Poe había conseguido, con ayuda de un coronel, que los
cadetes costearan por suscripción su nuevo libro de versos, compuesto durante la
breve permanencia en West Point. Todo el mundo imaginaba un librito lleno
de versos satíricos y divertidos acerca de la academia; se encontraron en cambio
con "Israfel",
"A Helena",
y" Leonore".
Pueden inferirse los comentarios.
La ruptura con Allan parecía
definitiva y se complicó por un grave error de Edgar, quien, en un momento de
ofuscación, había escrito a uno de sus acreedores excusándose por no pagar a
causa de la tacañería de su tutor, y agregando que éste estaba pocas veces
sobrio. La afirmación, indudablemente calumniosa, llegó a manos de Allan. Su
carta a Edgar se ha perdido, pero debió de ser terrible. Edgar le contestó
ratificando su aseveración y vertiendo por fin toda su amargura, sus reproches y
su desesperanza. El 19 de febrero de 1831 se embarcaba, envuelto en su capa de
cadete, que lo acompañó hasta el fin de sus días, rumbo a Nueva York y a sí
mismo.
En marzo, habriento y angustiado,
pensó en engancharse como soldado en el ejército de Polonia, sublevada contra
Rusia. Su solicitud no tuvo éxito, y entretanto apareció su primer libro
importante de poemas, respetuosamente dedicado al colegio de cadetes. Edgar Poe
está ya allí de cuerpo entero. En esos versos (que sufrirán más adelante
infinitas modificaciones) los rasgos centrales de su genio poético brillan
inequívocos, salvo para los escasos críticos que se ocuparon entonces del
volumen. La magia verbal, donde, por lo menos en lo que a su poesía se refiere,
se ahínca lo más asombroso de su genio, irrumpe como portadora de un oscuro
mensaje lírico, sea el de los poemas amorosos en que desfilan las sombras de
Helen o de Elmira, sea el de los cantos metafísicos y casi cosmogónicos. Cuando
Edgar Poe volvió a Baltimore perseguido por el hambre y se refugió por segunda
vez en casa de Mrs. Clemm, llevaba en el bolsillo la prueba palpable de que su
decisión había sido justa y de que, al margen de todas las debilidades, los
vicios y las flaquezas, había sido y era fiel a sí mismo, por más caras que
fuesen las consecuencias presentes y futuras.
A poco de llegar a Baltimore,
murió su hermano mayor, y Edgar pudo instalarse y trabajar con relativa
comodidad en la buhardilla que había compartido con el enfermo. Su atención,
hasta entonces dedicada íntegramente a la poesía, va a volverse hacia el cuento,
género más vendible, -lo cual en esos momentos constituía un argumento capital-,
y que interesaba además como género literario al joven escritor. Poe advirtió
muy pronto que su talento poético, debidamente encauzado, podía crear en el
cuento una atmósfera especialísima, subyugadora, que él debió de atisbar el
primero con irreprimible emoción. Todo estaba en no confundir cuento con poema
en prosa, y sobre todo no confundir cuento con fragmento novelesco. No era Edgar
hombre de incurrir en esos fáciles errores, y su primer relato publicado,
"Metzengerstein",
nació como Palas armado de punta en blanco, con todas las cualidades que habrían
de alcanzar perfección unos años después.
La miseria y Mrs. Clemm se
conocían de antiguo. Muddie pedía prestado, salía con una cesta donde sus amigas
ponían siempre alguna legumbre, huevos, fruta. Edgar no encontraba manera de
publicar, y los pocos dólares ganados aquí y allá desaparecían enseguida. Se
sabe que en todo este período se condujo sobriamente, y que hizo lo posible por
ayudar a su tía. Pero una vieja deuda (quizá su hermano) surgió de pronto, con
la consiguiente amenaza de arresto y prisión. Edgar escribió a John Allan con el
tono más angustiado y lamentable que cabe imaginar. "Por el amor de Cristo no
me dejes perecer por una suma de dinero cuya falta ni siquiera notarás...".
Allan intervino de manera indirecta -y por última vez-; el peligro de prisión
quedó descartado. Al criticar la formación literaria y cultural de Poe no
debería olvidarse que en los años 1831 y 1832, cuando su carrera de escritor
quedó definitivamente sellada, Edgar trabajaba acosado por el hambre, la miseria
y el temor; el hecho de que pudiera seguir adelante y remontar día a día nuevos
peldaños hacia su propia perfección literaria prueba toda la fuerza que habitaba
en ese gran débil. Pero a veces Edgar perdía los estribos. No se sabe que
bebiera entonces más de la cuenta (aunque para él siempre la menor dosis era
fatal). Habíase enamorado de Mary Devereaux, joven y bonita vecina de los Clemm.
Para Mary, el poeta representaba el misterio y, en cierto modo, lo prohibido,
pues corrían ya rumores sobre su pasado, en gran medida sembrados por él mismo.
Y además, Edgar tenía esa presencia que habría de subyugar siempre a las mujeres
que cruzaron por su vida. La misma Mary, muchísimos años después, lo recordaba
así: "Mr. Poe tenía unos cinco pies y ocho pulgadas de estatura, cabello
oscuro, casi negro, que usaba muy largo y peinado hacia atrás como los
estudiantes. Su cabello era fino como la seda; los ojos, grandes y luminosos,
grises y penetrantes. Tenía el rostro completamente afeitado. La nariz era larga
y recta, y los rasgos muy finos; la boca, expresivamente hermosa. Era pálido,
exangüe, de piel bellamente olivácea. Miraba de manera triste y melancólica. Era
sumamente delgado... pero tenía una fina apostura, un porte erguido y militar, y
caminaba rápidamente. Lo más encantador en él, sin embargo, eran sus modales.
Era elegante. Cuando miraba a alguien parecía capaz de leer sus pensamientos.
Tenía una voz agradable y musical, pero no profunda. Vestía siempre una chaqueta
negra, abotonada hasta el cuello... No seguía la moda, sino que tenía su propio
estilo".
Con semejante retrato no
sorprenderá que la niña quedara fascinada por su cortejante. El idilio duró
apenas un año, y la gazmoñería de la época hizo lo suyo. "Mr. Poe no valoraba
las leyes de Dios ni las humanas", dirá Mary en sus recuerdos de vejez. Mr. Poe
era celoso y provocaba violentas escenas. Mr. Poe se propasaba. Mr. Poe se
consideró ofendido por un tío de Mary, que se inmiscuía en su noviazgo, y, luego
de comprar una fusta, fue a buscar a dicho caballero y le dio de latigazos. Sus
parientes contestaron golpeándolo y desgarrándole de arriba a abajo la chaqueta.
La escena final es digna de la mejor escena romántica: Mr. Poe atravesó tal como
estaba la ciudad, seguido de una turba de chiquillos, armó un escándalo en la
puerta de Mary, se metió en su casa y acabó tirándole la fusta a los pies,
mientras decía: "¡Toma, te regalo esto!". Pero la anécdota es importante
porque por primera vez vemos a Edgar con las ropas destrozadas, perdido todo
dominio de sí mismo; se exhibe al desnudo, como tantas veces más adelante, en un
patético testimonio de su fundamental inadaptación a las leyes de los hombres.
La familia de Mary hizo el resto, y Mr. Poe perdió a su novia. Consuela pensar
que no lo lamentó demasiado.
En julio de 1832, Edgar supo que
John Allan había hecho testamento y que estaba gravemente enfermo. Fue
inmediatamente a Richmond, por razones donde el interés y los recuerdos del
pasado se mezclaban confusamente. Nadie lo había invitado, pero él llegó
tempestuosamente y se coló de rondón, dándose de boca con la segunda Mrs. Allan,
que no tardó en hacerle entender que lo consideraba un intruso. No es difícil
imaginar la violenta de reacción de Edgar bajo ese techo que guardaba el
recuerdo de su madre y toda su infancia. Volvió a perder la serenidad de la
manera más lamentable, sobre todo porque no tuvo el valor de enfrentarse a Allan,
y salió de la casa en el preciso momento en que aquél, presurosamente reclamado,
acudía con el estado de ánimo imaginable. La visita acababa en el más completo
fracaso, y Edgar se volvió a Baltimore y a la miseria.
En abril de 1833 escribiría su
última carta a su protector. Contiene un párrafo que lo dice todo: "En nombre de
Dios, ten piedad de mí y sálvame de la destrucción." Allan no le contestó. Pero
en el intervalo Edgar había ganado el primer premio (y 50 dólares) en un
concurso de cuentos del Baltimore Saturday Visitor. Sus cuentos, al menos, eran
más eficaces que sus cartas.
El año 1833 y gran parte del
siguiente fueron tiempos de penoso trabajo en la más horrible miseria. Poe ya
era conocido por los círculos cultivados de Baltimore, y su cuento vencedor, "Manuscrito
hallado en una botella", le
valió no pocas admiraciones. A comienzos de 1834 le llegó la noticia de que
Allan estaba moribundo y, sin pensarlo dos veces, se lanzó a una segunda e
insensata visita a su casa. Rechazando al mayordomo, que debía de tener
instrucciones de no dejarlo entrar, voló escaleras arriba para detenerse en la
puerta de la habitación donde John Allan, paralizado por la hidropesía, leía el
diario en un sillón. Al verlo enfermo fue presa de un acceso de furor, y se
enderezó bastón en mano profiriendo terribles insultos. Los sirvientes acudieron
y echaron a la calle a Edgar. En Baltimore, poco después, se enteró de la muerte
de Allan. Éste no le dejó ni un centavo de su enorme fortuna. Digamos de él que,
si Edgar hubiera seguido alguno de los sólidos caminos profesionales o
comerciales que su protector le proponía, nada hace dudar de que Allan lo
hubiera ayudado hasta el fin. Edgar tuvo plena razón en seguir su camino, y por
su parte Allan no puede ser culpado más allá de lo razonable. Su verdadera falta
no fue tanto no entender a Edgar, sino mostrarse deliberadamente mezquino y
cruel, obstinándose en acorralarlo y dominarlo. Al fin y al cabo, Mr. John Allan
perdió la partida contra el poeta en todos los terrenos; pero la victoria de
Edgar se parecía demasiado a las de Pirro para no desesperar en primer término
al vencedor.
Se abre ahora el "episodio
misterioso", el incitante tema que ha hecho correr ríos de tinta. La pequeña
Virginia Clemm, prima carnal de Edgar, habría de convertirse en su novia y, poco
después, en su mujer. Virginia tenía apenas trece años y Edgar veinticinco. Si
en aquel tiempo no era insólito que las mujeres se casaran a los catorce años,
el hecho de que Virginia no estuviera mentalmente bien desarrollada, y diera
hasta su muerte la impresión de una niña, agrega un elemento penoso al episodio.
Muddie consintió en el noviazgo y en la boda (aunque ésta tuvo lugar
secretamente para no provocar la cólera harto imaginable del resto de la
familia), y el consentimiento tiene su importancia. Si la madre de Virginia la
confiaba a Edgar, no puede dudarse de que se sentía moralmente tranquila.
Virginia, que adoraba al primo Eddie, debió de consentir con su puerilidad
habitual, llena de maravilla, a la idea de casarse con aquel muchacho
prestigioso. En cuanto a él, ése es el misterio. Que siempre quiso a "Sis" con
un cariño entrañable, los hechos van a probarlo. Que la amó, que la hizo su
mujer, es y sigue siendo materia de discusión. La hipótesis más sensata parece
ser la de que Poe se casó con Virginia para protegerse en su relación con otras
mujeres y mantenerlas en el plano de la amistad. Lo probaría el hecho de que
sólo después de la muerte de Sis sus amores adquirieron de nuevo un carácter
apasionado, aunque siempre ambiguo. ¿Pero de qué se protegía Edgar? Aquí es
donde se abren las compuertas y empieza a correr la tinta. No hagamos nosotros
de afluente. Lo único verosímil es suponer una inhibición sexual de carácter
psíquico, que obligaba a Poe a sublimar sus pasiones en un plano de ensueño e
ideal, pero que a la vez lo atormentaba al punto de exigirle por lo menos una
fachada de normalidad, provista en este caso por su casamiento con Virginia. Se
ha hablado de sadismo, de atractivo malsano hacia una mujer impúber o apenas
núbil. El tema da para infinitas variaciones.
En marzo de 1835, en plena fiebre
creadora, Edgar carecía de un traje como para poder aceptar una invitación a
comer. Así tuvo que escribirlo, avergonzado, a un bondadoso caballero que
buscaba ayudarlo literariamente. La honradez de aquella confesión vino en su
ayuda. Su anfitrión lo vinculó de inmediato con el Southern Literary Messenger,
una revista de Richmond. Allí apareció "Berenice",
y meses más tarde Edgar regresaría, una vez más, a su ciudad virginiana para
incorporarse a la redacción de la revista y asumir su primer empleo estable.
Pero, entretanto, la mala salud se había manifestado inequívocamente. Hay
testimonios de que en el período de Baltimore, Edgar tomó opio (en forma de
laúdano, como De Quincey y Coleridge). Su corazón no andaba bien y necesitaba
estímulos; el opio, que le había dictado tanto de Berenice y que le dictaría
muchos otros cuentos, lo ayudaba a reaccionar. Su llegada a Richmond significó
un resurgimiento momentáneo, la posibilidad de publicar sus trabajos y, sobre
todo, de ganar algún dinero, ayudar a Muddie y a Sis, que esperaban en
Baltimore. Los habitantes de Richmond que habían conocido al niño Edgar, al mozo
de turbulenta fama, encontraban ahora a un hombre prematuramente envejecido a
los ventiséis años. La madurez física le sentaba bien a Edgar. Sus pulcras, si
bien algo raídas ropas, invariablemente negras, le daban un aire fatal en el
sentido byroniano, presente ya en los fetichismos de la época. Era bello,
fascinador, hablaba admirablemente bien, miraba como si devorara con los ojos, y
escribía extraños poemas y cuentos que hacían correr por la espalda ese frío
delicioso que buscaban los suscriptores de revistas literarias al uso de los
tiempos. Lo malo era que Edgar sólo ganaba diez dólares semanales en el
Messenger, que sus amigos de juventud andaban cerca y que en Virginia se bebe
duro. La lejanía de Muddie y de Virginia hacía también lo suyo. Edgar bebió la
primera copa y el resto fue la cadena inevitable de consecuencias. Esta caída,
alternada con largos períodos de salud y temperancia, va a repetirse ahora
monótonamente hasta el fin. Uno daría cualquier cosa por refundir todos los
episodios en uno, evitar esa duplicación infernal, ese paseo en círculo del
prisionero en el patio de la cárcel. Al salir de una de sus borracheras, Edgar
escribe desesperado a un amigo -mientras le oculta con típica astucia la
verdadera razón- "Me siento un miserable, y no sé por qué... Consuéleme...
pues usted puede hacerlo. Pero que sea pronto... o será demasiado tarde.
Escríbame inmediatamente. Convénzame de que vivir merece la pena, de que es
necesario...". Esta vaga alusión a un suicidio habrá de materializarse años
después.
Por supuesto, perdió su empleo,
pero el director del Messenger estimaba a Poe y volvió a llamarlo, aconsejándole
que viniera con su familia y que viviera junto a ella, lejos de cualquier lugar
donde hubiera vino en la mesa. Edgar siguió el consejo y Mrs. Clemm y Virginia
se le unieron en Richmond. Desde las columnas de la revista la fama del joven
escritor empezaba a afirmarse. Sus reseñas críticas, ácidas, punzantes, muchas
veces arbitrarias e injustas, pero siempre llenas de talento, eran muy leídas.
Durante más de un año Edgar se mantuvo perfectamente sobrio. En el Messenger
empezaba a aparecer en folletín la "Narración
de Arthur Gordon Pym". En
mayo de 1836 Poe se casó por segunda vez, pero ahora públicamente y rodeado por
sus amigos, con la siempre maravillada Virginia. Aquel período -en el que sin
embargo empezaban las recaídas con el alcohol, cada vez más frecuentes- se
tradujo en reseñas y ensayos de una fertilidad extraordinaria. Afirmada su fama
de crítico, los círculos literarios del Norte, para quienes el Sur no había
significado jamás nada importante en el orden intelectual, se mostraban tan
ofendidos como furiosos contra aquel "Mr. Poe" que osaba denunciar sus cliques,
sus bombos, y desollaba vivos a sus malos escritores y poetas, sin importarle un
ardite la reacción que provocaba. Más se hubieran irritado de saber que Edgar
acariciaba cada vez con mayores deseos la posibilidad de abandonar el campo
demasiado estrecho de Virginia y probar suerte en Filadelfia o Nueva York, los
grandes centros de las letras norteamericanas. Su alejamiento del Messenger se
vio precipitado por las deudas, el descontento del director y las continuas
ausencias provocadas por el aplastante efecto que en él provocaba la bebida. El
Messenger lamentó sinceramente prescindir de Poe, cuya pluma había octuplicado
su tirada en pocos meses.
Edgar y los suyos se instalaron
precariamente en Nueva York, en un pésimo momento para encontrar trabajo a causa
de la gran depresión económica que caracterizó la presidencia de Jackson. Este
intervalo de forzosa holganza fue, como siempre, benéfico para Edgar desde el
punto de vista literario. Libre de reseñas y comentarios periodísticos, pudo
consagrarse de lleno a la creación y escribió una nueva serie de cuentos; logró
asimismo que Gordon Pym se publicara en volumen, aunque la obra fue un fracaso
de venta. Pronto se vio que Nueva York no ofrecía un panorama favorable y que lo
mejor era repetir la tentativa en Filadelfia, el primer centro editorial y
literario de Estados Unidos a esa altura del siglo. A mediados de 1838 hallamos
a Edgar y a los suyos pobremente instalados en una casa de pensión de
Filadelfia. La mejor prueba de la situación por la que pasaban la da el hecho de
que Edgar se prestó a publicar bajo su nombre un libro de texto sobre
conquiliología, que no pasaba de ser la refundición de un libro inglés sobre la
materia, y que preparó un especialista con la ayuda de Poe. Más tarde ese libro
le trajo un sinfin de disgustos, pues lo acusaron de plagio, a lo cual habría de
contestar airadamente que todos los textos de la época se escribían aprovechando
materiales de otros libros. Lo cual no era una novedad ni entonces ni hoy en
día, pero resultaba un débil argumento para un denunciador de plagios tan
encarnizado como él.
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